Locuras de actores y actrices I.
¿Jack el resplandeciente?
La locura de un personaje es un pretexto interesante para llevar a cabo la tarea actoral. Esto vale para el actor/actriz como para el espectador. Tal vez resulte más clara la diferencia entre el universo actoral de actores y actrices en este caso específico, por el hecho de que un loco se destaca en exceso; digamos que tiene sabor fuerte. El actor diseña su máquina. El resultado debe ser un universo de movimientos, miradas, gestos, voces, reacciones, que sea congruente y que funcione en la situación específica de la obra o la película. La actriz se asoma y se arroja a un abismo, o equivalentemente, vomita su magma interno. También aquí debe haber congruencia. En ambos casos, es esta congruencia la que permite al espectador integrar el trabajo del actor/actriz con la situación para tener entonces esa sensación de éxtasis a la que nos lleva el arte.
Quiero analizar dos ejemplos específicos, un actor y una actriz haciendo el personaje de un loco. Aquí trataré el primer caso: se trata de Jack Nicholson haciendo a Jack Torrance en El Resplandor (The Shining, 1980), la famosa y sobrevalorada película de terror de Stanley Kubrick, basada en la buena novela de Stephen King. Veamos esta escena en la que el personaje de Jack Nicholson desata su ira ante su esposa Wendy, quien trata de defenderse débilmente con un bat (omitan el título del video en Youtube, que dista mucho de esta opinión mía):
Justo al principio del video hay en Nicholson gestos auténticos, honestos, espontáneos, que alteran la máscara que se ha adueñado del actor a través de los años, cuando arremeda a su esposa, provocado ciertamente por la histeria chocante de Wendy. Algo misterioso pareciera hacer funcionar su máquina en otro nivel. Pero luego el actor cae en el nivel usual, conocido, cómodo, seguro, donde sabe que la máquina fluirá sin riesgos, desplegando aquello por lo que Nicholson es reconocido, aclamado y premiado. Se trata de un monólogo de un personaje iracundo, neurótico, un tanto fuera de sí, pero incongruente con la locura de Jack Torrance. Uno puede mirar los detalles de esta máquina: por supuesto la sonrisa sarcástica sin labios y con muchos dientes apretados, las manos acentuando las palabras, los ojos fijos, arqueando las cejas en ciertos momentos, girando la cabeza en otros. Hay oficio, pero no misterio.
La neurosis desplegada en la escena anterior no tiene que ver con esa mirada fija, desconcertante, probablemente indicada por Kubrick, en la que nuevamente vemos derrotada a la máscara de Nicholson, y a través de ella contemplamos nosotros mismos el Misterio:
La locura también tiene una evolución, una congruencia, y el actor debe poder cazarla, encontrarla, integrarla, incorporarla. Jack Nicholson no es capaz de ello, aunque pareciera que en momentos, todavía en aquella ya lejana época, su máquina le pide a gritos ser liberada de la máscara que finalmente lo conquistó. Tampoco Stanley Kubrick es capaz de darle a Nicholson un hilo de Ariadna, un terreno fértil, teniendo como base la gran novela de King.
La gran actuación de Jack Nicholson y la gran dirección de Stanley Kubrick en El Resplandor son más bien grandes mentiras de Hollywood, que muchos nos hemos tragado.
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