Sunday, February 10, 2013

El universo actoral de actores y actrices.


Hay una diferencia notable entre las actuaciones de actores y actrices en general, y de la cual jamás he oído hablar. Hollywood la reduce, como suele hacer la Gran Farsa con todo lo humano, a migajas: la distinción entre los rubros para los Oscares: mejor actor, mejor actriz. Pero se trata de una cuestión muchísimo más profunda. Corresponde a algunos atributos que el taoísmo le suele dar a lo masculino y a lo femenino. El hombre suele construir máquinas, para lo cual diseña por medio de imágenes, recopila piezas y engranes, los une y embona para formar una estructura que funcione, y luego echa a andar la máquina. Él es el Cielo Luminoso. La mujer suele contemplar la Naturaleza, se asoma a su propio abismo, porque ella es la Tierra Oscura, para lo cual necesita valor, todavía mucho más si se decide a arrojarse. Se trata de dos historias distintas, casi contrarias, casi complementarias.

Un verdadero actor, una verdadera actriz, tendrían que realizar estos actos de manera impecable y poética. Un actor tendría que tener la disciplina para recopilar todos los engranes necesarios, de diverso tipo, para construir su máquina. En esa fase simplemente debe fluir sobre su propia naturaleza. El momento más difícil es echarla a andar, porque ahí se necesita un chispazo misterioso, y después también mantenerla en funcionamiento requiere una energía sostenida, la cual también proviene del Misterio. Esa energía es la vida misma del personaje, y está llena de magia. Para lograr esto, el actor se convierte un poco en mujer.

Por otro lado, una actriz tendría que entrenarse como una guerrera que afrontará una batalla crucial, en el momento en que se vea cara a cara con su propio minotauro. La gran cantidad de magma que tiene a la mano debe poder canalizarse, transformarse, concretarse en cosas que tengan un objetivo. Entonces la actriz se convierte un poco en hombre. Entonces la feroz batalla se convierte en una danza sagrada. Y también está llena de magia.

El espectador mira a un verdadero actor, y entonces se deleita contemplando una máquina perfecta capaz de transportarse a situaciones infinitas y funcionar en ellas, siempre desplegando la magia. El espectador mira a una verdadera actriz, y entonces se deleita contemplando una danza sagrada, envuelta en magia. Y en ambos casos comprende algo de lo Humano, de lo Natural y de lo Divino.

Pero todo esto ocurre casi nunca.

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